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    Xiomara Castro y la crisis venezolana, ¿más allá de la ideología? 

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    Por César Eduardo Santos/Expediente Abierto

    La crisis política venezolana parece acentuar la fragmentación de las izquierdas latinoamericanas. Mientras que Gobiernos como los de México, Colombia y Brasil han buscado convertirse en mediadores del conflicto –sin mucho interés por las demandas opositoras, líderes como Bernardo Arévalo en Guatemala y Gabriel Boric en Chile denuncian el fraude electoral, al tiempo que exigen la restitución de garantías democráticas en el país.

    Por el contrario, las dictaduras regionales, junto a otros gobiernos de izquierda, apoyan abiertamente la reelección ilegítima de Maduro. Entre estos últimos se encuentra Xiomara Castro, quien desde el primer momento reconoció los resultados anunciados por el Consejo Nacional Electoral y felicitó sin ambages a su contraparte chavista.

    ¿Cuántas izquierdas? 

    En su célebre ensayo Dos izquierdas, Teodoro Petkoff advertía sobre la posibilidad de que la efervescente izquierda democrática regional, liderada entonces por Lula da Silva en Brasil, Ricardo Lagos en Chile o Tabaré Vázquez en Uruguay, se dejase seducir por el eje bolivariano –con Castro y Chávez a la cabeza– y su discurso antiimperialista. Si la marea rosa de inicios de siglo hizo realidad esta previsión, un tanto más el ascenso, entre 2018 y 2024, de diferentes líderes y movimientos izquierdistas en toda América Latina. 

    Hoy, los integrantes de la “nueva marea rosa” –así denominada por algunos analistas– convergen en sus respectivas agendas internacionales1, trátese de gobiernos democráticos o de dictaduras revolucionarias. Por un lado, han evitado condenar la invasión rusa de Ucrania, mientras que abanderan fervientemente la causa palestina. Por otra parte, a nivel regional, concuerdan en que el así denominado bloqueo estadounidense es el principal causante de la crisis socioeconómica en países como Cuba y Venezuela, encontrándose también renuentes a criticar la represión crónica ejercida por estos regímenes –a los que se suma Nicaragua. 

    Sin embargo, este aparente consenso entre diferentes izquierdas no ha logrado sostenerse como tal, debido a la posición internacional de Gabriel Boric en Chile y, más recientemente, de Bernardo Arévalo en Guatemala. Boric ha sido un crítico de las dictaduras regionales desde inicios de su mandato, y Arévalo, pese a su filiación izquierdista, se ha sumado a él en la denuncia del fraude electoral en Venezuela. Ambos mandatarios están comprometidos con la defensa de los derechos humanos y la democracia más allá de ideologías, constituyendo una excepción entre los así denominados Gobiernos progresistas de América Latina. 

    La crisis postelectoral venezolana expresa, pues, la fragmentación de las izquierdas regionales. Son identificables, en este grupo, tres posturas con respecto a Venezuela: 1) la complicidad abierta de las autocracias de Cuba y Nicaragua, así como de otros Gobiernos pertenecientes al Foro de Sao Paulo; por ejemplo, el MAS en Bolivia. 2) La ambigüedad de aquellos que, asumiéndose mediadores, han dado tiempo al chavismo para continuar con la represión. Pensemos en López Obrador, Gustavo Petro y Lula Da Silva. 3) Por último, Boric y Arévalo, quienes exigen la publicación transparente de resultados, así como la verificación independiente de los mismos.  

    Una política exterior de agradecimiento 

    Es natural que los regímenes autoritarios de Cuba y Nicaragua, aliados históricos del chavismo, fuesen los primeros en aceptar la victoria electoral de Maduro, aún sin el recuento transparente de las actas de votación. De hecho, esta ha sido una de las tantas expresiones de cooperación autocrática entre las tres dictaduras y sus aliados extrarregionales. Recordemos la legitimación que Caracas, La Habana y Moscú hicieron de las controvertidas elecciones nicaragüenses de 2021. No obstante, llama la atención que, junto a los anteriores, Xiomara Castro haya sido una de las primeras líderes en celebrar los resultados electorales en Venezuela. 

    En efecto, la presidente de Honduras envió una “especial felicitación” a Nicolás Maduro por su “inobjetable triunfo”, apenas unos minutos después de que el Consejo Nacional Electoral anunciara, sin pruebas, la victoria del candidato del PSUV. Es evidente, desde luego, que este hecho responde a las afinidades ideológicas existentes entre Xiomara Castro y Maduro, así como a las tendencias populistas de la mandataria hondureña. Al mismo tiempo, el respaldo al régimen venezolano obedece a lo que un informe de Expediente Abierto ha denominado “política de agradecimiento” de los Castro-Zelaya hacia el chavismo.  

    Como menciona dicho informe, en la política exterior de Castro confluyen tres principios complementarios, en parte inspirados por el notable nivel de influencia que su esposo, Manuel Zelaya, mantiene en el gobierno. Por un lado, la cercanía ideológica con la “izquierda autoritaria regional”. Por otra parte, el agradecimiento –traducido en lealtad– con aquellos actores que “han colaborado con ella y su círculo cercano desde el golpe de Estado de 2009 y la subsecuente formación del partido que ahora lidera”. Todo esto, aderezado con un particular resentimiento hacia Estados Unidos por “gestionar lo que ocurrió luego del golpe” a Zelaya y apoyar “las elecciones fraudulentas de 2017”.  

    Desde este marco se explican controvertidas decisiones en política exterior del Gobierno de Castro. Por ejemplo, su negativa a asistir a la Cumbre de las Américas de 2022 en Washington, debido a la ausencia, entre los invitados, de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Lo mismo con su abstención en las resoluciones de la Organización de Estados Americanos contra las prácticas represivas de los Ortega-Murillo. Otro tanto con el apoyo tácito, en espacios multilaterales, hacia la agresión injustificada a Ucrania por parte de Rusia. Todas estas decisiones, como el respaldo internacional a Maduro, entremezclan afinidades ideológicas, retórica antiestadounidense y, desde luego, agradecimiento político y personal. 

    Como bien afirma Carlos Murillo para Expediente Abierto, los estrechos vínculos entre Venezuela y Honduras –retomados con el ascenso de Castro al poder en 2022, “no tienen mayor valor económico y comercial” para el país centroamericano. Por el contrario, consisten más bien en una “cuestión antiestadounidense”, impulsada, ciertamente, por el constante apoyo que Hugo Chávez brindó a Zelaya en 2009. Primero, buscando su restitución y, más tarde, facilitando su salida de territorio hondureño.  

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    El futuro de la diplomacia regional 

    Tal parece que, en América Latina, se ha clausurado la posibilidad de fijar posiciones conjuntas, comprometidas a la vez con la soberanía de las naciones y los principios democráticos que fundan a nuestras repúblicas. En su lugar, nos encontramos con una política exterior ideologizada que tiende a fragmentar la región en bloques, como refleja la crisis postelectoral venezolana.  

    Sucede, según hemos visto, entre las diferentes izquierdas que conforman una parte del crisol inquieto latinoamericano. Este fenómeno, no obstante, también afecta a las nuevas derechas que, lejos de la diplomacia y el consenso, favorecen el personalismo y la altisonancia con sus pares del espectro ideológico contrario –pensemos en las recientes disputas entre Gustavo Petro y Nayib Bukele o entre Javier Milei y López Obrador.  

    Como expresa un diálogo pandémico entre el excanciller mexicano Jorge Castañeda, el historiador Héctor Aguilar Camín y el expresidente chileno Ricardo Lagos, es necesario buscar en Latinoamérica un consenso fundando en valores mínimos, capaz de reunir a las derechas e izquierdas democráticas de la región (La nueva soledad de América Latina, 2021). Nuestro espacio político, cultural y geográfico debería reconocerse más en el extinto Grupo de Río que en el Foro de Sao Paulo o en la Conferencia Política de Acción Conservadora. Una agenda centrada en democracia, derechos humanos y medio ambiente podría ser un buen punto de partida.

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    1.  Sobre este particular pueden consultarse las declaraciones de principios de los organismos articuladores de la izquierda regional, así como los documentos finales de eventos del Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla e, incluso, la CELAC. Entre la producción académica al respecto, destacan una obra reciente de Sebastian Grundberger (La galaxia rosa, 2024) y un capítulo de Armando Chaguaceda y Miguel Ángel Meucci (El “rebranding” de la revolución…, 2024) en el libro La extrema izquierda en Europa Occidental (2024). Todos estos documentos dan cuenta de la posición internacional conjunta entre la izquierda bolivariana y sus aliados regionales y extrarregionales, donde se incluyen Gobiernos, partidos políticos e instituciones académicas.  ↩︎

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