Edmundo González, ¿hasta el final?

Bandera de Venezuela en el Waraira Repano

Por Armando Chaguaceda*

El juicio sobre las decisiones de una personalidad política –quien, por serlo, asume responsabilidades cuyo impacto recae en la suerte de millones– no es equivalente al que aplicamos a la “gente común” en su vida cotidiana. Es por ello que escribo algunas reflexiones en torno al exilio de Edmundo González.

Como breve contexto, la salida de González Urrutia fue una operación coordinada desde Miraflores y Moncloa, con José Luis Rodríguez Zapatero como protagonista de un guion influenciado por Cuba. El mejor análisis de los trasfondos de esta maniobra de contrainteligencia y coacción –que escapa a estas líneas y anticipa lo que pronto se irá conociendo– se encuentra en un artículo reciente del diario El Mundo, con las fuentes y pluma de Daniel Lozano. Sirva esto para aclarar que la salida de Edmundo no es una decisión por completo autónoma, lo cual no exculpa de ciertas responsabilidades al líder opositor.

Por otro lado, es un hecho que González valía resguardado en Venezuela: no querían apresarlo, sino exiliarlo. Que huyese así –tras afirmar que permanecería y dejando al chavismo anunciar su salida– representa una victoria para Maduro. Nada de eso invalida, desde luego, la importancia del enorme triunfo opositor en las elecciones del 28 de julio, lo criminal del fraude y el terror chavista, así como el impacto regional de la crisis venezolana. El liderazgo de María Corina Machado, el sacrificio de miles de presos, millones de votantes y el futuro del país obligan, no obstante, a sincerar lo sucedido.

La preservación del presidente electo fue siempre una prioridad. Así lo entendió el votante opositor venezolano. Se evitó que Edmundo fuese a marchas después del 30 de julio. Se mantuvo a resguardo y enviando mensajes breves a través de videos, acorde a la situación, estrategia e investidura. Hasta ese punto, todo marchaba en orden. Hace apenas algunos días, el abogado de González Urrutia dijo, incluso, que la decisión del presidente electo era permanecer en Venezuela, donde políticamente tiene mayor valía su estatus. En el mismo país donde otros dirigentes, cuadros, militantes y votantes se mantienen asediados por la persecución.

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Pese a todo, este fin de semana se dio a conocer la noticia de que González se asiló en la embajada española. En ese sitio, incomparablemente mejor protegido que su equivalente argentino –por los lazos entre Miraflores y Moncloa, Edmundo habría podido permanecer en el país, hablando al pueblo que le eligió. Incluso un posible exilio forzado, anunciado por el liderazgo opositor, podría justificarse –no sin cuestionamientos– apelando a la preservación de la integridad del presidente electo. Eso, no obstante, cambia ahora. En política, los “cómo” y “cuándo” son tan importantes como los “qué”.

De acuerdo con la información disponible, el presidente electo va al exilio por una mezcla de elección personal y, provocándola, presión ajena. Ambas, obvio, bajo un contexto represivo. El mismo en que otros liderazgos, con menos protección y opciones, permanecen y pagan un precio por ello. Edmundo aceptó jugar un rol decisivo en una coyuntura crítica de su nación. Se convirtió en el vehículo de la esperanza de millones. Superó las expectativas de muchos durante el proceso, aunque quedó debiendo en las últimas jornadas.

Por su parte, María Corina Machado no cuestionó el exilio de González Urrutia, ni el mal manejo comunicacional del mismo. Al contrario, declaró que ambos seguirán en roles distintos, siendo, la de Edmundo, una postura y un liderazgo claves para la lucha democrática en Venezuela. Postura y liderazgo que, sin embargo, no invalidan las preguntas y críticas legítimas sobre el evento y su impacto en el desarrollo de la crisis.

Indudablemente, Machado, quien permanece en el país, pagará el costo de esta salida. Además, por esos millones de venezolanos que se rehúsan a abandonar su patria –por voluntad propia o restricciones ajenas, el exilio de Edmundo no puede ser despachado con alusiones simplistas. Tengo amigos, de diversas edades, que aún hoy acuden a las marchas, trabajan en la clandestinidad y defienden a varios presos de las movilizaciones posteriores al 28J, superando sus miedos y arriesgando sus vidas.

Como presidente electo, honrando su trayectoria, la investidura otorgada por el pueblo, el respaldo de Machado y el hipotético proceso de reconocimiento internacional, Edmundo deberá responder con valor y transparencia sobre lo ocurrido. Sirviendo como pueda a ese mismo respaldo y a ese mismo pueblo que quedaron atrás. Al final, liberarse de una dictadura no es cosa de un día o de un sujeto. Sino de un lento y doloroso aprendizaje, personal y colectivo, donde los errores propios y los horrores del régimen solo se superan con valor, modestia, creatividad y constancia. Todo eso, al bravo pueblo le sobra.

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*El autor es politólogo e historiador, especializado en el estudio de la democracia y los autoritarismos en Latinoamérica y Rusia.

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