Por: Dr Armando Chaguaceda*
La mentira siempre ha existido como herramienta del comportamiento humano, de modo espontaneo o inducido. Pero la comprensión social de los hechos es hoy explotada por cierto relativismo posmoderno, donde no existe una única verdad sino múltiples narrativas e interpretaciones. Con el fin de moldear la opinión pública e influir en las actitudes sociales, se promueve y viraliza la distorsión deliberada de la realidad. Las referencias apegadas a hechos objetivos parecen tener hoy menos influencia colectiva que las emociones y creencias personales.
Así, la falsedad, lo fake -que cuenta con la ubicuidad que le aportan las Nuevas Tecnologías de las Comunicaciones y la Informática (NTIC)- contamina las esferas de lo social -la comunicación, la economía, el pensamiento- e incluso nuestra vida privada. Sin embargo, cuando esa falsedad se vuelve más sutil, compleja e influyente, es cuando ha sido creada con una intencionalidad política que responde a una estrategia y objetivos de poder. Es ahí cuando podemos hablar sobre desinformación.
Un siglo de disputa global
Los grandes conflictos globales del siglo XX -la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría- hicieron borrosa la distinción entre guerra armada y política convencional; al punto que la famosa definición de Clausewitz podía invocarse en sentido recto e invertido. Con la derrota del fascismo y la pugna entre el bloque comunista y la alianza occidental, la naturaleza de la disputa entre guerra, diplomacia y propaganda alcanzó una intensidad, escala y multidimensionalidad inédita.
Dentro de esa contienda gana paulatinamente adeptos una concepción que abreva de fuentes autoritarias y democráticas. La noción de Guerra Política remitía a un modo de conducir y proyectar el poder que, según G. Kennan, acude a todos los medios disponibles -financieros, mediáticos, culturales- para conseguir, sin el recurso de la lucha armada, los objetivos nacionales. En ciertos casos, esta estrategia implicaba el uso de operaciones de propaganda y espionaje y la desestabilización de gobiernos enemigos, por lo que desafiaron las fronteras legales y éticas de la normalidad democrática1.
No obstante, el uso de una estrategia ambiciosa y coherente de Guerra Política por Estados Unidos de América y sus aliados fue relativamente tardío, parcial y acotado. Siempre hubo escrúpulos de usar medios no democráticos para causas democráticas. Para 1976, bajo la presión del Congreso estadounidense preocupado por la revelación de planes de magnicidios y el apoyo a golpes de Estado, la comunidad de inteligencia interrumpió la mayoría de las operaciones encubiertas. No sería hasta la administración Reagan cuando, enfrentando notable oposición legislativa y social, la Casa Blanca resucitó la lucha contra la Unión Soviética y sus aliados mediante el uso de la acción encubierta, la propaganda y la influencia cultural.
Sin embargo, en la Unión Soviética -y posteriormente en la Rusia de Putin, su principal heredera geopolítica, legal y militar- la Guerra Política fue un enfoque libre de las limitaciones de las normas y opinión publica democráticos. La división del trabajo, bajo supervisión del aparato de inteligencia, articulaba los esfuerzos y metas de la política pública (representada a través de la experimentada diplomacia) y acciones encubiertas. La dezinformatsiya, definida por la propia Enciclopedia Soviética como diseminación de falsos reportajes de prensa dirigidos a confundir la opinión pública, procuraba objetivos amplios. Incrementar la desconfianza sobre Estados Unidos de América en el Tercer Mundo, dañar el prestigio de Washington en Europa y destruir la confianza del pueblo y elites norteamericanas en sus propias instituciones y políticas, en especial aquellas de seguridad y defensa.
En sintonía con lo anterior, el despliegue por el Kremlin de las llamadas medidas activas constituyó la esencia de la Guerra Política de la URSS y Rusia actuales. Estas acciones estaban destinadas a mistificar, confundir, sabotear y aniquilar a los enemigos globales y, en menor medida a los opositores domésticos a partir de la neutralización policial de la disidencia endógena. Como menciona Oleg Kalugin, exgeneral a cargo de las operaciones del KGB en los Estados Unidos y posterior desertor, dichas operaciones combinaban la subversión para desestabilizar y el espionaje para conocer al adversario. Con todo lo anterior se intentaba cambiar el curso de la historia, moldeando la política global y las mentes extranjeras.
Tales medidas activas contaron, para 1980, con una plantilla de 15 mil agentes del KGB y un presupuesto de 4 mil millones de dólares, libre de escrutinio ciudadano. Semejante monto igualaba por entonces los recursos de todo el servicio clandestino de la CIA, en un momento en que se ampliaba la brecha entre los PIB de la URSS y EUA a partir del estancamiento de la primera. Este dato no puede ignorar que todo el personal diplomático soviético y cualquier otro agente de inteligencia en el exterior, como los oficiales del ejército en misiones de agregado militar, debían dedicar parte de su tiempo a la ejecución de esas medidas activas.
Todo ello se amparaba en la creación en 1978 por parte de Yuri Andrópov -entonces jefe del KGB y posterior mandatario de la URSS- del Departamento de Información Interna del PCUS. Dicha dependencia pretendía difundir a nivel global la propaganda y desinformación contra Occidente, trabajando mancomunadamente con más de setenta partidos comunistas y Movimientos de Liberación Nacional alrededor del mundo. Ejemplo de ello fue la difusión de noticias falsas, tales como la supuesta responsabilidad de la CIA en el magnicidio de John F. Kennedy y del FBI en el asesinato de Luther King. Sin olvidar las operaciones de propaganda para responsabilizar al ejército de Estados Unidos con la creación del SIDA, penetrar el movimiento pacifista europeo y acusar a la OTAN de la responsabilidad exclusiva en el despliegue de armamento nuclear en Europa Occidental.
La Rusia de Putin ha continuado y cultivado ese legado. A través de la desinformación, propagada en medios como RT, que llego a ser la segunda fuente extranjera de noticias en Estados Unidos, y de granjas de troles que operan en redes sociales, el Kremlin pretende “debilitar el sistema social, económico y político, mediante campañas psicológicas de masas en contra de la población de un Estado, para desestabilizar a su sociedad y gobierno. Forzando a ese Estado a tomar decisiones que beneficien a su oponente” (según sus propias directivas)2. Todos esos mecanismos de desinformación representan una desventaja asimétrica de las democracias, en donde existe prensa libre y hay apertura para la crítica endógena, leal o desafecta, al sistema, frente a sus enemigos, quienes usan ese instrumento en su contra.
La invasión a Georgia de 2008 fue otro balón de ensayo de la Guerra Política a través de las campañas de desinformación que acompañaron las acciones bélicas. Se combinaron la adecuada factura estética de las “noticias” parcialmente verdaderas, con el fomento de los rumores para generar confusión entre el mando y población georgianos, hasta llegar al uso en redes sociales de las fakenews enfocadas en la opinión pública y liderazgos occidentales. Con semejante experiencia, el Kremlin llevó el desafío al corazón del adversario, buscando posteriormente influir en la política estadounidense dentro de un universo de alrededor de 120 elecciones manipuladas a escala global. Mediante el trabajo de entidades como la Internet Research Agency, una suerte de KGB informacional, la agenda oficial rusa procuró atizar y aprovechar la polarización interna en EUA, jugando en tres frentes. Por la izquierda radical, al promover candidatos como Jill Stein; en la derecha extrema, apoyando al trumpismo; simultáneamente amplificando los mensajes de los “woke blacks” (Instagram) y “blacktivists” (Facebook y YouTube) en la comunidad afroamericana.
En paralelo, Rusia logró convertir en pocos años al liderazgo de WikiLeaks, en la persona de Julián Assange3 en instrumento de las narrativas iliberales del putinismo. El fenómeno es amplificado a escala global en las conexiones del Kremlin con los políticos radicales de derecha e izquierda, así como con disímiles personajes y colectivos anti sistémicos de Occidente. Procurando aprovechar lo que el filósofo y epistemólogo Jason Stanley ha definido como la marca de éxito de la propaganda actual: transformar la política en una competencia de posverdad entre tribus identitarias.
La influencia en Latinoamérica
En América Latina, la sinergia entre las autocracias globales y los regímenes autoritarios locales o gobiernos populistas (ambos iliberales, de diferentes maneras y niveles)4 amplifica el alcance y la presencia de Rusia y China. Las herramientas de desinformación flexibles de Rusia le han dado al país una ventaja en América Latina. Aunque Rusia tiene menos presencia directa en la academia latinoamericana que China (las Casas de Cultura rusas son difícilmente comparables a los Institutos Confucio), la afinidad ideológica iliberal con respecto a la narrativa oficial rusa es significativa e influyente dentro de la opinión pública.
El avance de las comunicaciones estratégicas de Rusia en América Latina ha encontrado relativamente poca oposición. Uno de los factores detrás del éxito de estas redes en la región es la falta de comprensión del público sobre la naturaleza del interés de Moscú en el espacio informativo regional5. Muchos latinoamericanos perciben medios como RT o Sputnik como una simple expresión de pluralismo informativo. En el contexto latinoamericano, hay pocos debates públicos sobre el pluralismo de los medios, aunque tal vez la guerra de Ucrania cambie un poco esta situación.
Desde la invasión a gran escala de Ucrania, el ecosistema mediático ruso ha alcanzado nuevos hitos como fuente de desinformación para la población latinoamericana. En una reciente investigación realizada por el equipo de GAPAC, hemos identificado cómo las narrativas oficiales de medios de Rusia (RT) y Venezuela (Telesur), por ejemplo, convergen en la cobertura de noticias y editoriales, convertidos en vehículos de desinformación hacia toda la región6.
Un reto creciente
La desinformación, suerte de pandemia política de nuestro tiempo, constituye un problema global severo y, según parece, es perdurable. Reúne antecedentes históricos y manifestaciones recientes, donde convergen elementos sociales, culturales y tecnológicos. Su efecto, corrosivo sobre la convivencia democrática, la educación ciudadana y el conocimiento científico, impone la necesidad de comprenderla y contrarrestarla por medios legales, informacionales y tecnológicos. A la vez que emerge como forma de expresión social dentro de sociedades democráticas, la desinformación se planifica como arma de Guerra Política por actores autoritarios.
Los regímenes autoritarios han fomentado desde hace un siglo la desinformación. La difusión intencionada de información no rigurosa mina la confianza pública, distorsiona los hechos, transmite formas falseadas de percibir la realidad y explota vulnerabilidades y ansiedades con propósitos desestabilizadores. El objetivo final es el minado de los valores democráticos y la imposición de una nueva narrativa para, a la postre, cambiar la realidad misma. Contra semejantes amenazas, con alerta, prontitud y eficacia, deben reaccionar las sociedades democráticas.
*El Dr. Armando Chaguaceda es un politólogo e historiador cubano-mexicano, cuya investigación examina la democratización y la decadencia democrática, las fuerzas del populismo y el autoritarismo, y el papel de las potencias mundiales como Rusia y China en la política latinoamericana.
1 Para conocer a profundidad la evolucion historica y contexto actual del fenómeno, sugerimos ver textos clásicos como: “The inauguration of organized political warfare”, 1948; “Soviet Active Measures: Forgery, Disinformation, Political Operations”, 1981; “Turn Soviet Active Measures”, Soviet Political Action Working Group, 1981. También pueden consultarse obras recientes como . “The Foly and the Glory: America, Russia, and Political Warfare 1945-2020” de Weiner; “Desinformacion y Guerra Politica: historia de un siglo de falsificaciones y engaños” de Rid; E. “Realidades embusteras. Un análisis crítico sobre la desinformación” de Ulibarri; “Morderse la lengua. Corrección política y posverdad” de Villanueva.
2 Véase “The Foly and the Glory: America, Russia, and Political Warfare 1945-2020” de Weiner
3 Assange comenzó en 2006 su activismo civil en contra de la secrecía gubernamental dentro de las democracias occidentales.
4 Véase Laruelle, “Illiberalism: A Conceptual Introduction” o Andrei P. Tsygankov and Pavel A. Tsygankov, “Constructing National Values: The Nationally Distinctive Turn in Russian IR Theory and Foreign Policy,” Foreign Policy Analysis 17, no. 4 (October 2021).
5 Véase Rouvinski, V. “The Misleading Truths of Russia’s Strategic Communication in Latin America”, Global Security Review, vol. 2, article 5, 2022.
6 Armando Chaguaceda, Johanna Cilano Pelaez, y Maria Isabel Puerta, “Illiberal Narratives in Latin America: Russian and Allied Media as Vehicles of Autocratic Cooperation,” Journal of Illiberalism Studies 3 no. 2 (Summer 2023), 111-123, https://www.illiberalism.org/illiberal-narratives-in-latin-america-russian-and-allied-media-as-vehicles-of-autocratic-cooperation?fbclid=IwAR1YjGuE17xA9oNT1xDs6ILoA6CsF6nPRGu9UTzE4CWgsd7fidGDS8yHtTk